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La liberación de las explotaciones mineras producida en tiempos de Fernando VII, cambio como en tantos sitios, la faz de la comarca virgintana. De las entrañas de la impresionante mole de la corona-la Sierra de Gádor- surge incesantemente un mineral que a lomos de borricos, en interminables recuas de arriería, acudiría a Berja y Adra a la búsqueda de su transformación en plata y plomo o de su embarque hacia Europa…
Ya no es:”Berja/Corazón que vivifica/ ese gigante de piedra, como decía Calderon de la Barca, sino que es la sierra, el gigante, la que marca ahora los latidos vitales de Berja.
Relegada a un segundo plano se ancestral actividad agrícola, el pueblo experimenta una sorprendente animación. Al olor de la prosperidad acuden banqueros, prestamistas, inversores, metalúrgicos, mecánicos, arrieros y un sinfín de mineros, en su mayor parte peones y braceros que vienen a trocar la hazada por el marro. Cada prospección minera que se comprende constituye, la más de las veces, un éxito seguro. Explotaciones como minas de Berja en la Loma del Sueño que produce entre 1821 y 1841 más de tres millones de arrobas de mineral de primera y otras ubicaciones en el Pecho de las Lastras, el Llano de los Pozos y demás parajes serranos, hasta un total de 1.500 minas, proporcionan tan pingües beneficios que de inmediato se ven rejuvenecer fortunas y formarse otras nuevas.
Aquel incremento de riqueza y población origina necesidades de todo tipo, entre ellas las urbanísticas. En los primeros años de aquella expansión, las casas lujosas y la prosperidad minera fueron sustituyendo a las sobrias casonas de castellana traza levantadas en los siglos XVII y XVIII, aunque conservando en todo el arcaico trazado urbano con que contaba Berja, todo una laberinto acomodado a antiguos cauces de agua, veredas y caminos. En aquel tortuoso plano coexistían manzanas de una sola casa con otras descomunales que obligaban a dar largos rodeos al tránsito y estaban ocupador por huertos, sin aportar los solares para vivienda que tanto demandaba el crecimiento de población.

El Ensanche de la Villa

Una de aquellas enormes manzanas era la formada por las calle Nueva, del Agua y Faura y callejón de Faura, actual calle del Cura Martín. Un tercio del total, al Este, pertenecía a diferentes particulares, mientras los dos tercios eran propios de las familias Ibarra y Joya. Desde mediados de siglo, y aún antes, pensaban estas familias en urbanizar la manzana, trazando calles de Norte a Sur y de Este a Oeste pero la oposición sistemática de otros propietarios impidio la urbanización global, por lo que, convencidos los propulsores de la inviabilidad de este proyecto, pusieron manos a la obra por su cuenta y riesgo y con el nombre de ensanche a la población de l villa de Berja formaron en 1857 un proyecto que habría de urbanizar sus terrenos.
Fue el primer fruto de las obras la apertura de la arteria principal , lo cual, con el significado nombre de La Unión, comunicó el callejón de Faura con la calle del Agua un indeterminado día de Diciembre de 1857. En breve se llevaron a cabo los promotores la apertura de las otras calles del proyecto –las del Arco, San Tesifón…, que se vería sensiblemente disminuido al no conseguir en un nuevo intento convencer a los propietarios colindantes para dar salida hacia la calle del Agua, frente al callejón de Manzano, hoy de Pardo, y hacia la calle Nueva.

Gestación del Nuevo Mercado

Tradicionalmente el mercado se venía realizando en los alrededores del templo parroquial, en este año de 1858 en construcción, en unas interminables obras iniciadas en 1831. Para la población de antaño, siempre le habría bastado con ocupar la calle de la Cárcel con mercancías varias, la del Señor de la Humildad- actual de los Mártires- con la verdura, y el frontal del propio templo con los granos.
Pero los tiempos han cambiado. La prosperidad aportada por la minería a la que hay que añadir la experimentada por los pueblos vecinos, ha multiplicado la concurrencia y, en consecuencia, aquellos límites son rebasados y se toma en su práctica totalidad la plaza de la villa (en estos años de libertad), convirtiéndola en intransitable y donde se amalgama gente y ganado que acuden a saciar la sed a la fuente con grave riesgo para la salud pública. Y aunque en ocasiones en que la sanidad se ha visto más amenazada de lo corriente, el mercado se ha trasladado a la rambla de Julbina- tal como ocurrió con la epidemia de cólera en 1854- la situación no deja de ser penosa, por lo que el ayuntamiento acaricia desde hace tiempo la idea de establecer un mercado de obra que acabe de una vez por todas con tanta molestia y desorden. Y para su ubicación piensa en la calle de la Unión, abierta en el Ensanche.
Tantean a los propietarios y cuando esperan que incluso se podrían ver obligados a la expropiación forzosa, se encuentran con que no sólo no se niegan , sino que las hermanas doña Soledad y doña Gádor Joya y don Carlos Ibarra Oliver está dispuestos a ceder al ayuntamiento gratuitamente un solar para plaza y mercado.
En sesión municipal de 14 de mayo de 1858, la donación es aceptada por el ayuntamiento entonces presidido por Don Francisco de Paula Torres, compuesto por los concejales don Juan de Cuesta, don Antonio García Torres, don Baldomero Murillo, don Luís Pérez, don José Caracho, don José Joya, don Nicolás del Moral, don Eustaquio Cueto, don Antonio Mª. Torres, don Bernardo Bueso, don Francisco de Joya, don Nicolás Sánchez y don Francisco Barrionuevo, y asistido de don Tesifón Dotes, secretario municipal.

Un Opositor al Proyecto

A los pocos días de aquella sesión, el 17, el vecino don José Torres Vázquez se opone a la construcción del mercado en aquel sitio. No está de acuerdo con lo que llama Proyecto de Ibarra y del Moral- don Nicolás del Moral es marido de las señoras donantes- entre otras por considerar la calle elegida para su ubicación es la menos conveniente para el vecindario ya que está fuera del centro y una de sus calles va a parar a un arrabal.
Pero más que preocupado por la comodidad pública, lo que pretende don José es obtener provecho del proyecto en que lleva invertidos ocho mil y más duros. “Si para el cambio de punto para el mercado se busca la comodidad de todos”-decia-“entonces en ninguna otra parte puede encontrarse tan positivo como en la nueva plaza y calles que tengo próximas a su conclusión en la huerta que fue de la casa de mi morada y consta a todos que hace dos años que estoy abriendo una plaza y catorce casas que la circunda, obra que en dos meses cuando más estará abierta al público y se encuentra en el centro de la población teniendo por entrada tres calles que arranca de otras muy principales”.
Parece referirse el oponente a la actual, Plaza de San Pedro, lugar que desestimó el pleno municipal, que veía, con razón, el proyecto de la calla de la Unión más ambicioso en dimensiones y presupuesto.

Nacimiento de la Plaza

Comprometidos doña Soledad, doña Gádor y don Carlos a construir la propia plaza en le plazo de dos años, en Diciembre de 1858 comienzan los trabajos para levantar el perímetro de viviendas de la plaza en la forma y traza que todos conocemos, bajo un proyecto, tal vez del arquitecto Contreras, o algunos de los otros técnicos que andaban empleados en las interminables obras del templo parroquial, por aquellas fechas amenazaba desplomarse, sin poder soportar el exceso de peso de la bóveda central y viendo retrasarse el esperado día de su inauguración.
Sin apenas paros en la tarea, las 2880 varas cuadradas se vieron cercadas por un conjunto de casas de dos plantas, con 37 arcos de soportal de medio punto, labrados en cantería y superados de balcón.
Sin contar el valor del solar altísimo, si tenemos en cuanta que dos años después un huerto similar costó 70.000 reales, el costo de la obra supuso una autentica fortuna. Un esfuerzo que bien había merecido la pena. Berja había añadido a su patrimonio histórico todo un, aunque sencillo, hermoso conjunto arquitectónico con aires de plaza mayor. Entregada en el plazo convenido, el ayuntamiento virgitano dio por aceptada e inaugurada la obra en 31 de diciembre de 1860, año que aún podemos ver en el balcón central de todo el conjunto.
Año nuevo y vida nueva. El mercado se asienta en su plaza el primer día de año 1861.
Atrás quedaron las aglomeraciones, desórdenes y molestias de la plaza de la villa. Su vida a partir de entonces la de todas las plazas de su calle: cumplir la tarea sencilla, pero sacrificada, de abastecer las necesidades de la población. Una existencia monótona raramente alterada por algún suceso extraordinario, tal como aconteció en Octubre de 1869 en que por una noche se vio transformada en ocasional campo de concentración de los hombres de Don José Burell, un republicano federalista derrotado y preso en las proximidades de Berja por una partida del regimiento del Príncipe.
Diariamente presenciaba la llegada de la diligencia La Berjeña con la que los hermanos Sedano se encargaban de traer viajeros de Almería, muchos de los cuales se alojaban en el parador Iberia, en el caserón que con aires de ayuntamiento, aún preside la plaza.

Inauguración del mercado actual

La visión de conjunto de toda la plaza se perdió, la perdimos, cuando el afán de obras públicas de la dictadura de Primo de Rivera puso los ojos en ella. El ayuntamiento que presidía don Francisco Oliveros de Trell –entonces empeñado en meter el agua en las casas, emprendió la obra de reacondicionamiento del mercado y para ello encargó el perito industrial don Antonio Salmerón Pellón el proyecto de la obra que ocupó, y ocupa, el centro de la plaza. Edificación que fue inaugurada por el gobernador civil la tarde del 26 de Julio de 1926, en presencia del gobernador militar, el jefe de la Unión Patriótica y otras autoridades, las cuales se felicitaron con una cena en casa del alcalde y música de la recién creada banda en el paseo del Siglo, en una velada que se alargo hasta las tres de la madrugada.
Ahora parece que abriga el ayuntamiento la idea de despejar de nuevo la plaza, desmontar lo añadido y llevarse el mercado a otro lugar. Y es deseable que así sea. Cuando esto ocurra se habrán contrariado los deseos de los que cedieron el solar y levantaron la plaza. En su cesión disponían que si algo se modificaba en ella, si algún día, por la razón que fuera, dejaba de ser mercado, todo, absolutamente todo, revertería en ellos o sus herederos.
Pero doña Soledad, doña Gádor y don Carlos, desde la perspectiva de 135 años, estoy seguro que verán con agrado, cómo algo que ellos, con tanto costo y esfuerzo levantaron, se convierta en un atractivo. Bello y disfrutable espacio público, de los muchos con que cuentan la Muy Noble y Muy Leal, antes villa y ahora Ciudad de Berja.

Articulo: Salvar el Patrimonio Histórico.
Autor. José Luís Ruz Marquez
Licenciado en Bellas Artes y Catedrático de Instituto
SIERRA DE GÁDOR
Berja, Marzo-Abril de 1993